Me levanto temprano, ya con la ropa preparada desde la noche anterior. Nada lujoso, nada de marca.
Voy vistiéndome mientras coloco en la cartera lo que me haga falta.
Me maquillo para tapar la tristeza/la mala noche/el mal humor/los años.
Cepillo mi cabello, o lo que queda de el.
Busco en mi joyero los zarcillos, el collar, el anillo, la pulsera que hagan juego con mi vestuario del día. Nada ostentoso, nada llamativo, lo que llaman "bisutería barata", por aquello de que NI LOCA me pongo oro o plata para salir a la calle.
Mientras me los coloco recuerdo en mis 16 años el reloj de oro que me regaló mi papá y que yo estaba ansiosa por tener para lucirlo a mis amigas cuando saliéramos al cine. Lo hice, de hecho, pero eso fue hace ya tanto tiempo...Por cierto, ¿Dónde estará? ¿Dónde lo habré guardado?
Me coloco un perfume acorde a la vestimenta/ánimo/lugar al que voy. Recuerdo cuando yo los traía "de afuera" y siempre tenía "lo último"...
Paso la mirada por el cuarto esperando no olvidar nada.
Ah si, el celular. Lo tomo, lo pongo en vibra-call, lo guardo/escondo y salgo a la calle.
Bajando por el ascensor me siento gloriosa/divina/arrasante.
Saliendo por la puerta del edificio siento que me voy a comer el mundo.
De pronto...la realidad me golpea y es el mundo el que me come a mi.
El humo del carrito por puesto espantó el delicioso aroma de mi perfume.
Un motorizado, que casi me atropella en la acera, mancha mi pantalón con el charco de agua de la lluvia de la noche anterior.
Me subo al Carrito por puesto y asustada/aterrada/encomendada a todos los santos ruego porque no vuelva a montarse un ladrón/asesino/violador como las 3 últimas veces.
Lo pienso dos veces y me bajo del Carrito para subirme al Metrobus, que POR AHORA es más seguro/limpio/tranquilo.
Allí saco mis audífonos para desconectarme del mundo y conectarme con mis pensamientos.
Llego al metro agarrando la cartera tan duro que si alguien quisiera quitármela tendrían que desatornillarme primero.
Me comienza un dolor en el cuello, y los ojos, de tanto voltear para los lados, en busca de ojos con miradas extrañas, de caras con mala actitud, de movimientos bruscos y extraños que comprometan mi integridad física.
Pienso si el celular está bien resguardado, los papeles, la billetera (que por cierto no tiene mas de Bs. 15 porque NI LOCA ando con plata en la calle), el mp3.
Espero el metro y cuando está por llegar me retiro de La Franja Amarilla, no vaya a venir un loco a empujarme, o tropezarme con alguien que ha determinado que ese día ya no quiere vivir mas.
A empujones entro al vagón, aún escucho la música.
Comienzan los olores, el sudor, los empujones. Esta vez la cartera se convierte en una especie de apéndice de mi brazo incrustada entre mis costillas y mi pecho. Si tengo suerte me siento.Si tengo suerte no escucharé/veré a los cientos de cantantes/poetas/músicos que ahora se la pasan allí.
Casi llego a mi destino. Camino por la calle y siento el celular vibrar. Una llamada. Lo siento, NI LOCA atiendo el teléfono en la calle, ¿A VER SI ME LO QUITAN?
Mientras tanto pienso que los ladrones jurarán que uno tiene mp3 o celular o lo que sea porque uno es millonario, pero son incapaces de pensar que es el fruto de nuestro trabajo/esfuerzo/ahorro/sacrificio.
Vuelve a sonar el celular, seguro me dejaron un correo de voz. Entro en una tienda, no cualquiera, una que se vea decentica, y allí, rapidito, saco el celular y veo quien OSA llamarme/textearme/molestarme estando en la calle.
Al fin llego. Ahora si, en territorio conocido/familiar/tranquilo me siento nuevamente la reina, la arrasadora. Saco mi celular, mi mp3 y guardo el ticket del metro donde va.
Atrás quedó la paranoia/miedo/terror, estoy en lugar seguro. Al menos por unas horas mas y agradezco que asi sea a la hora que tenga que regresar.